La suela de los botines de Diego Armando Maradona bendijo en seis ocasiones el pasto de canchas tucumanas. La primera, el 3 de noviembre de 1978. Entonces, el “barrilete cósmico”, si bien ya no era un simple mortal -¿alguna vez lo fue?-, recién empezaba a remontar vuelo. Meses atrás, César Luis Menotti había tomado la dura decisión de excluirlo del plantel que luego salió campeón del Mundial jugado en nuestro país. Decisión que el “Flaco” corrigió rápidamente, cuando le dio a Diego el liderazgo de la Selección juvenil que en forma brillante ganó la Copa del Mundo en Japón, en 1979.
Precisamente con ese plantel vino Maradona a Tucumán, a enfrentar a Cosmos. Un año antes, en ese equipo de Estados Unidos se había retirado un tal Edson Arantes do Nascimento, Pelé, el “Rey” que empezaba a ceder su trono al “cebollita” de Villa Fiorito.
La Selección ganó 2 a 1. Diego aportó un gol -de tiro libre- y la asistencia del otro. Jugó tan bien, que ni siquiera el “Kaiser” Franz Beckembauer, titular en el equipo neoyorkino, logró detenerlo. “Con algunos lujos, y demostrando sobremanera una gran riqueza individual en sus integrantes, el conjunto argentino creó otras opciones, al influjo del talentoso N° 10, convertido en la manija”, dice la crónica de LA GACETA. Una desbordante Ciudadela disfrutó del debut de Diego en estas tierras.
El mejor futbolista de todos los tiempos regresó a la provincia un año después, el 25 de noviembre de 1979. Vestía la camiseta de Argentinos, y enfrentaba a Atlético, en el Monumental. Pero ese día, Diego no pudo ser Maradona.
Se lo impidió un humilde Juan Francisco “Kila” Castro, que impuso sobre el astro una marca tan férrea que ni siquiera la del peruano Luis Reyna, por las Eliminatorias para México 86, logró hacer olvidar. Así y todo, “Pelusa” se las ingenió y anotó el gol del ”Bicho”, que cayó 2 a 1. El estadio “José Fierro” estaba repleto. No sólo por la importancia del partido -con el triunfo, el “Decano” se clasificó al segundo tramo del Nacional-; también porque querían ver a Maradona, que venía de encandilar en Japón. “Ese día casi no agarró una pelota. Y en ese tiempo era más difícil marcarlo: Diego acababa de ser campeón del mundo; era veloz, potente, impresionante. Lo agarré en sus mejores años; por entonces él pasaba a sus marcadores como si fueran ‘conitos’; o estos lo levantaban a patadas. Yo nunca le pegué; de hecho, cuando lo marqué en Buenos Aires, al final del partido me alabó, porque no lo dejé jugar, pero sin haberle pegado”, contó “Kila”.
“A Castro le bastó con ejercer una continuada y cercana custodia para opacar (a Maradona). Y hay que tener en cuenta que el hombre de Atlético no es de los que se destacan por su velocidad física, aunque sí mental”, dice LA GACETA, sobre aquel partido.
“No me siento el mejor”
El 6 de junio de 1980 Diego se cobró revancha del “Decano”. Con dos goles suyos, Argentinos venció 3 a 2, en el Monumental. “El día que me crea el mejor del mundo me voy del fútbol. No me siento el mejor, ni el N° 1. Si así fuera no tendría motivaciones para seguir jugando”, había dicho “Pelusa” en la conferencia de prensa que dio previo al partido, en el hotel donde se hospedaba Argentinos.
La siguiente ocasión que paseó su fútbol por Tucumán vestía la “azul y oro” de Boca. En cancha de San Martín, el “Xeneize” empató con un combinado de la Liga Tucumana de Fútbol. “Jugar en la Selección y en Boca es el sueño de todos, pero nunca olvidaré a Argentinos: allí me inicié y crecí futbolísticamente”. Las palabras de aquel “Pelusa” del 22 de abril de 1981 bien podría decirlas el Diego de hoy. Siempre auténtico.
“La gran tarde de Maradona”, titulaba LA GACETA el 9 de junio de 1992. El día anterior, el “10” había participado de un partido a beneficio del hospital de Niños, en la cancha de Atlético. Formó parte de un seleccionado de la Liga Tucumana de Fútbol, que igualó 6 a 6 contra un equipo integrado por jugadores “decanos” y “santos”. Le quedaban pocos días para cumplir la sanción por doping positivo en el partido Napoli-Bari, de marzo del año anterior. Entrevistado en el aeropuerto, a minutos de haber llegado, manifestó las dudas que rodearon por entonces su vuelta al fútbol profesional: “firmé contrato hasta el 93 pensando en que podía cumplirlo; luego las cosas se enrarecieron. Si me dejaran en libertad volvería; pero no estoy seguro de ello”. Pero por suerte regresó, por el bien del fútbol.
La última vez que el más grande jugó en Tucumán lo hizo el 12 de diciembre de 2007, en el marco del espectáculo de Showbol que recorría el país, con él como principal protagonista. En una minicancha armada sobre el césped de La Ciudadela, el equipo argentino venció 8 a 6 al de Paraguay.
Apenas un puñado de 2.000 personas había ido a verlo. Pero él no las defraudó. “Cual artista que se presenta en un escenario semivacío, sacó a relucir su amor propio y su profesionalismo, y arrancó el show”, cuenta LA GACETA del día siguiente. Gritó cada uno de los goles de su equipo -marcó uno-, y hasta increpó al árbitro.
Hacía poco más de una década que había dejado el fútbol profesional -el 25 de octubre de 1997, cinco días antes de cumplir 37 años-. Ya era más el Maradona personaje que el Diego futbolista. Y algunos se empezaban a animar a cuestionarlo. Le reprochaban actitudes y posicionamientos que excedían el ámbito del fútbol. Pero esa es otra historia, de la que participan, también, quienes le perdonan todo. Acaso la síntesis de ese último Maradona “tucumano”, más cercano al de hoy, la hayan mostrado cuatro amigos aquella noche en Ciudadela: sus remeras blancas con una letra en el frente formaban la palabra DIOS.